Hoy, muchos estamos de luto: Europa ha muerto. El terreno está ya abonado para iniciar el debate sobre la obligatoriedad de la inoculación a toda la población del viejo continente. Creímos, inocentemente, que habíamos aprendido la lección y que la lacra del nazismo, con sus campos de concentración, el exterminio judío y sus delirios de someter violentamente al resto de los países ya no se repetiría. Pensamos que no volvería a conocerse una dictadura de esa magnitud nunca más. Ahora, Europa pretende apropiarse de tu cuerpo, de tu vida, y más allá de tu voluntad, decidir sobre lo que es mejor para ti, inyectándote, a la fuerza, una sustancia experimental de dudosa eficacia, que está provocando un buen número de efectos secundarios graves e incluso muertes, por mucho que lo nieguen o quieran ocultar. Así es que despidámonos, amargamente, de Europa, la impulsora del arte y la cultura, la cuna de la filosofía, la defensora por excelencia de los derechos humanos y las libertades, que ahora se alza, con mano de hierro, como un continente represivo y totalitario: descanse en paz.
Juan Garceran
Juan Garceran