Lo llevamos diciendo muchos médicos y biólogos sin conflicto de intereses desde hace meses: las inyecciones supuestamente anti Covid-19 reactivan, agravan y precipitan patologías pre-existentes que los inoculados ya tenían.
Por tanto no vale decir como estamos oyendo que esas personas han muerto porque ya padecían un cáncer o cualquier otra enfermedad, pues lo cierto es que muchos llevaban años con ellas pero fallecen justo ahora tras “vacunarse”. Los propios familiares de los difuntos están actuando como protectores de los asesinos de sus seres queridos al mezclar su dolor lógico con la incómoda sospecha de que estas inyecciones hayan podido ser las causantes. Y es una verdad incómoda porque a menudo fueron ellos quienes los convencieron, presionaron y chantajearon emocional o profesionalmente a veces de forma muy dura, para que se inocularan. También es una realidad poco atractiva para sus médicos, si, esos que les dijeron “vacúnate” sin hacerles ningún estudio previo y sin firmar ninguna prescripción. A todos interesa callar porque por desgracia el finado no va a volver.
Es una mentira que conviene a todos los que quedan vivos, y que solo perjudica a la memoria y a la justicia sobre el fallecido. Lo más paradójico de estos casos es que los supuestos amigos de estas personas, sobre todo cuando pertenecen a la familia periodística o de la comunicación, se erigen como falsos defensores de su memoria cuando algunos publicamos la posibilidad plausible de una causalidad ¡cuánta indignación utilizando al cadáver de sus propios amigos en lugar de colaborar en esclarecer la verdad sobre sus muertes! Nos atacan esgrimiendo los sentimientos de la familia herida para ganar puntos con ella y con el globalismo que les publica sus trabajos. Fingen enfado y atacan en una causa noble inventada por ellos o por su colaboración con el sistema que mató a sus amigos.
No piden autopsias, quieren correr un tupido velo, echar tierra, nunca mejor dicho, sobre la justicia que todo auténtico amigo de un fallecido debería buscar. Aplican de forma siniestra el “el muerto al hoyo y el vivo al bollo” a costa de los que de verdad estamos del lado de la persona que se fue aunque nunca la conocimos. Nos quedan años, lustros, decenios de efectos adversos graves y letales. Las posibles consecuencias de estos experimento son desconocidas, incalculables y vitalicias.
Por eso considero tan importante atajar esta epidemia de ceguera de los seres queridos. Si niegan toda relación de los pinchazos con alguien que se vacuna y cae muerta al día siguiente ¿qué no dirán tras pasar años? El truco de estas inyecciones eugenésicas es que, como los raticidas, sean capaces de matar a la gente poco a poco de tal forma que no las relacionen. Por eso queridos lectores, cuando oigan eso de “no fue por la vacuna, ya padecía una...” pregúntenle a quien lo dice un simple ¿como lo sabes?
Fernando López Mirones



