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domingo, 5 de diciembre de 2021

LOS APRENDICES DE BRUJO (1ª PARTE)

Cierta gente está empeñada en diseñar un futuro que sostienen que es el mejor para nosotros. La razón es que cierto tipo de individuos creen que están llamados a guiar la vida de otros, sin que esté muy claro de donde sacan esa idea, teniendo en cuenta que ninguno de ellos es capaz de gestionar ni su propia existencia.

Reyes, presidentes y millonarios, que son un completo fracaso a nivel de vida personal o familiar, se erigen en guías iluminados frente al resto. Son los ideólogos de los estados y ahora de su versión maxi, el globalismo.

La incongruente idea de que algo que ha funcionado mal a pequeña escala, funcionará mejor a gran escala, debería hacernos pensar que esta gente es idiota. Y efectivamente, los es. Peor aun, no son conscientes de su propia -y peligrosa- idiotez.

Siguen la estela filosófica dejada por otros idiotas, en particular Malthus, y el «utilitarismo» de otro necio: Jeremy Bentham. El hecho de que estos filósofos, orbitasen alrededor de la Compañía de Indias Orientales nos puede llevar a entender por qué ellos, unos brillantes británicos, trataban de administrar benevolentemente a unos seres que consideraban inferiores. Tras sembrar la India con millones de muertos en diferentes hambrunas, no tardaron en encontrar gente inferior también en su casa.

Esta buena gente llegaba a la conveniente idea de que «la mayor felicidad, del mayor número, es la medida del bien y del mal.» también conocida como la paradoja del tranvía, en la que un conductor de un tranvía sin frenos, debe escoger entre matar a 2 o matar a 20.

Esa dudosa filosofía numérica permite que, por ejemplo, que si a unos antropófagos del Zaire les hace felices comerse a un explorador, se lo coman. O que si el Dr. Mengele, salva muchos arios, gracias a sus experimentos, no habría nada que objetar porque se haya ha cargado a unos cuantos gemelos judíos en bien de la ciencia.

La versión actual de este pensamiento lo encontramos en la idea de que una una intervención sanitaria, en este caso una vacuna, sea obligatoria. Los que lo defienden, no reparan en que ese razonamiento serviría para hacer obligatorio el aborto, la castración, la eutanasia o cualquier medida que beneficiase a una mayoría en detrimento de una minoría, incluyendo quemar brujas en la plaza del pueblo, si de esta manera nos protegemos del mal de ojo.

Bentham despreciaba el concepto «divino e intrínseco» de toda persona, que por nacer, tiene «derechos naturales e inalienables», base del «iusnaturalismo». Esas ideas las consideraba «tonterías sobre zancos». Tampoco le hacían mucha gracia a la elitista sociedad británica y mucho menos a los descreídos científicos del momento.

Pero esos derechos son la base que permite defender la libertad de un ciudadano frente al abuso de «los muchos». El concepto «divino» servía para amedrentar a los déspotas creyentes, pese a que era un concepto igualmente laico, base de las ideas anarquista.

También era un seguro que servía para proteger a las élites que crearon la República Federal de EEUU. Sabían, al menos, que las votaciones «democráticas» no podían usarse para que los colgasen en un arranque demagógico.

Se incluyeron ese tipo de derechos en todas las constituciones. Ese artilugio limitó aquello que podía ser gobernado por las leyes. De ahí salieron los Derechos del Hombre y del Ciudadano y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Son un mecanismo para evitar que el «bien» de muchos sirva como excusa para perjudicar a cada individuo de la sociedad. Los políticos debían buscar la manera de no perjudicar a nadie y compensar a aquellos que lo fueran. Era una clara mejora del sistema democrático, que quedaba relegado a la representatividad.

Pero al día de hoy, aplicando la paradoja del tranvía, nos están atropellando a todos con el beneplácito de médicos, periodistas y políticos. Unos individuos privilegiados que nunca han entendido para que sirven los derechos.

Dos frases intencionadamente distorsionadas sirven para que estos analfabetos de la ética planteen alegremente esas tonterías, a sabiendas de que en otros temas podrán esgrimir sus derechos.

La frase «Tu libertad termina donde empieza la mía», les sirve para justificar que como la suya es más importante, puedan actuar en detrimento de la parcela de libertad de su vecino. Pero cuando se habla de límites de libertad, se entiende que deben ser iguales y recíprocos.

Lo único que puede legítimamente pedir un individuo es el cese de una actividad que invade o limita la libertad del otro. La inacción (existir) no puede considerarse algo que perjudique a otro, bajo ningún concepto, ya que su extrapolación lleva a poder castigar o eliminar selectivamente a otros ciudadanos, por unas razones u otras.

Otro tema que tampoco es admisible es que la acción del otro «no nos guste». La reciprocidad del concepto de libertad nos lleva a tener que admitir que a la otra parte «tampoco le guste» lo que hacemos, camino sembrado para «haters» e intransigentes de todo tipo, que creen estar por encima de los demás.

La otra frase de moda es «los derechos individuales no pueden estar por encima de los de la sociedad». Pues no es así, y precisamente para reconocerlo se crearon los derechos individuales. Ni la libertad ni los derechos son entes sumables. Valen lo mismo los de muchos que el de un solo individuo.

Si para defender la legitimidad de un argumento se tiene que apelar a la superioridad numérica se está hablando de fuerza, no de derechos o libertad. Tenemos ahí a nuestro amigo Bentham subido al tranvía.

Para entendernos, no vale cualquier solución. Solo son admisibles aquellas soluciones que no perjudiquen a nadie o si lo hacen, sea de la forma menor, reversible y compensable. Si una solución no funciona de esta manera, se debe buscar otra.

Una vacuna u otra intervención médica entraña riesgos que pueden ser irreversibles y, por tanto, el resto de la sociedad no puede de ningún modo forzar a alguien a asumirlos. Sería lo mismo que pedir a alguien que se suicide para dejar sitio a otro. Es aberrante, pero aquí tenemos la base intelectual de sus razonamientos.

Una vez entendidos los principios que guían a esta gente, vemos como sus maquinaciones son mucho más simplistas y mal estructuradas de lo que cabría esperar. No se basan en la sutil manipulación de la población, sino simplemente en justificar la imposición de sus manías o erróneos conocimientos, que creen que son los correctos.

Detrás de todos estos despropósitos, están unas familias con mucho dinero y poder, totalmente desconectada de la realidad, que se dedican a jugar con la vida de los demás despreocupadamente. LOS BRUJOS, de los que hablaré en el próximo episodio.


rthinkman
(Fuente: https://thereversethinkingman.wordpress.com/)
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