El historiador económico Frederic Lane afirmó que los gobiernos participan en el negocio de venta de protección …, independientemente de si la gente la quiere o no. La propia actividad de producir y controlar la violencia favorece el monopolio porque la competencia en este campo aumenta los costes en lugar de disminuirlos. Y nadie resiste la competencia del Estado en lo tocante a violencia. La producción de violencia facilitó la creación de grandes economías de escala, tanto reprimiendo a las poblaciones como creando guerras vecinales.
Lane distinguió entre:
(a) el beneficio del monopolio, o tributo, nombre edulcorado de la extorsión, que obtienen los que controlan la violencia como resultado de la diferencia entre los costes de producción y el precio que pagan los “clientes” …
(b) el pago de la protección más elevado para aquellos clientes -por ejemplo, industriales- que deseen una protección efectiva contra los competidores externos, lo cual significa que la diferencia entre el precio del producto nacional y el del importado la pagará el pueblo en forma de tributos.
Esto es y ha sido siempre así. Si no se ve evidente, es porque el Estado ha gastado cantidades ingentes de dinero robado al pueblo para lavar su imagen a base de cuentos irreales que intentan apalancar la idea equivocada de lo imprescindible de su existencia: hablamos de defensa, policía, seguridad social, sanidad, educación, justicia … Conceptos todos que los anarco-capitalistas han demolido y mostrado que son falacias -¡y no digo ya los anarquistas!-. Y es la propia Historia la que lo demuestra continuamente.
El Estado es la teatralización racional y benéfica de una serie organizada de crímenes: bandolerismo, conquista, despojo, violaciones, esclavitud, abuso, asesinato de disidentes y cooptación de líderes naturales y de bardos populares. En todo enfrentamiento entre un estado y su población, jamás la razón, la justicia y la moral estuvieron de parte del estado. Ahora, el Estado no ha hecho más que quitarse la careta y volver a sus orígenes.
El Estado siempre ha tenido como competencia a los estados paralelos o mafias, pues éstas, por lo menos, sí protegen a un costo razonable. Y no crean, como sí lo hace el Estado, las propias amenazas contra las que dice defenderte.
Sabido todo esto, nada debe sorprendernos la actuación de los estados en la mal llamada crisis sanitaria pandémica, destruyendo el tejido social, arruinando el equilibrio productivo, envenenando a la población, secuestrándola, arrestándola domiciliariamente, sancionando comportamientos naturales, enfermándola y asesinándola. Todos los estados se han mostrado sumisos a los designios del Novus Ordo Mundi y sus organizaciones satélites, como la Organización Mundial de la Salud, cuyo nombre debiera ser más precisamente Organización Mundial del Crimen Sanitario.
Tal organización, sacralizando la teoría de los virus, ha validado la existencia del virus SARS-CoV-2 de un plumazo, sin aislamiento, depuración, cultivo ni comprobación de que exista. Recordemos al paciente lector que la llamada ciencia jamás ha demostrado que los virus existan siquiera. La de los virus es una teoría, tal como la de la Relatividad. Y, tal como sucede con ésta, la hipótesis se ha convertido en una religión indubitable: anatema para el que se oponga y trate de hacer ciencia.
Los virus se suponen tan pequeños que no pueden verse ni con los microscopios más potentes. Lo único que puede avistarse son aglomerados lípido-proteicos que se dice que contienen un virus en su interior (¿por qué uno y no dos o diez mil?). Dichas células son metabolitos de las células humanas o animales. Ya conocen la teoría: la célula infectada expele virus capaces de infectar a otras células. Todo ello falso, o al menos no demostrado. Es una simple hipótesis de los biólogos del sistema sanitario mundial, a falta de una explicación más acertada de enfermedades en las que no está implicado ningún microorganismo, sea bacteria u hongo. Esta barbaridad científica supone desechar el envenenamiento como causa de enfermedad. De facto, "virus" significa "veneno" en latín. Y eso son las enfermedades víricas, envenenamientos. Desde el sida al covid, pasando por el papiloma.
Esto último es evidente en la enfermedad denominada Covid-19. Los casos graves son, ateniéndonos a la experiencia clínica, sepsis evidentemente producidas por envenenamiento y/o radiación generalizada ionizante. El veneno ha sido determinado con precisión científica: óxido de grafeno. La vía de envenenamiento, también: inyección intramuscular del contenido de viales de unas supuestas vacunas contra la misma enfermedad que provocan. Y el objetivo es también conocido, tras la lectura de docenas de papers y de patentes de este último decenio: el control poblacional absoluto mediante la interacción del grafeno intracerebral y las redes de telecomunicaciones a frecuencias del orden de los 33 GHz. Las redes mapean los cerebros de los grafenados y obtienen así patrones que permiten predecir el comportamiento. Esas mismas redes pueden inducir pensamientos y sentimientos en los cerebros hackeados. También pueden, a las frecuencias adecuadas, producir la locura y la muerte.
No cabe duda de que el Estado conoce todo lo anterior, al menos sus más altos funcionarios. Y no cabe duda de que todos participan gozosos en el genocidio de millones de personas, aquellas a las que el óxido de grafeno produce trombopenias incontrolables en forma de infartos, ictus y embolismos pulmonares. Y no cabe duda de que el pueblo español, también lo sabe. ¿Por qué no se defiende entonces? Porque lo cree inútil y prefiere dejarse hacer. Ha comprendido la verdad que nadie le ha contado, ni siquiera los disidentes, siempre tan exagerados, siempre tan controlados, en el fondo: que muchos morirán, pero la mayoría se limitarán a asumir una esclavitud inexorable que les promete, a cambio, la estabilidad económica y la supervivencia, si se es felizmente obediente. Saben que el comunismo real lo consiguió en el Bloque del Este de Europa. Y que es muy eficaz en China. Y sabe que el régimen mundial que sobreviene es un comunismo 2.0, férreo para los pobres y el Paraíso en la Tierra para las élites dirigentes, que no harán más que convertir en realidad la promesa que les hizo su dios, Yahveh hace más de 5.000 años:
«El mundo es tuyo con todo lo que contiene, animal, vegetal o mineral. La humanidad entera está a tu servicio y puedes disponer de ella a tu antojo, pues no son humanos como tú a Mis Ojos, sino animales. Toma cuantas de sus hembras quieras para tu solaz. Quien toma lo de un goyim no roba, sino que toma lo suyo. Mata a cuantos de ellos te pluga, pues no cometes crimen. Yo, tu único Dios, te autorizo a todo ello siempre que me seas fiel, santifiques el Sabbath, honres a tus ancestros, no robes, ni mates, ni mientas, ni tomes la mujer de otro de tu etnia».
Reconozcámoslo siendo justos: Yahveh es el que mejor vende y ofrece la mejor protección de todas. Pide poco y da mucho a cambio. Y ningún estado del mundo que ha osado enfrentarse con su mafia paranoide ha salido victorioso. Revísese con ojos lúcidos la creación y caída de todos los imperios de Europa y América. Véase el verdadero holocausto al que fue sometido el pueblo alemán, y en general todos los pueblos europeos, antes y después de la Segunda Guerra.
¿Tiene razón entonces el pueblo español dejándose ultrajar en sus libertades con tal de sobrevivir? Nosotros creemos que no, pensamos que la libertad es lo único del hombre que es sagrado. Lo único por lo que merece la pena no morir de viejo.
(Visto en https://acratasnet.wordpress.com/)
Lane distinguió entre:
(a) el beneficio del monopolio, o tributo, nombre edulcorado de la extorsión, que obtienen los que controlan la violencia como resultado de la diferencia entre los costes de producción y el precio que pagan los “clientes” …
(b) el pago de la protección más elevado para aquellos clientes -por ejemplo, industriales- que deseen una protección efectiva contra los competidores externos, lo cual significa que la diferencia entre el precio del producto nacional y el del importado la pagará el pueblo en forma de tributos.
Esto es y ha sido siempre así. Si no se ve evidente, es porque el Estado ha gastado cantidades ingentes de dinero robado al pueblo para lavar su imagen a base de cuentos irreales que intentan apalancar la idea equivocada de lo imprescindible de su existencia: hablamos de defensa, policía, seguridad social, sanidad, educación, justicia … Conceptos todos que los anarco-capitalistas han demolido y mostrado que son falacias -¡y no digo ya los anarquistas!-. Y es la propia Historia la que lo demuestra continuamente.
El Estado es la teatralización racional y benéfica de una serie organizada de crímenes: bandolerismo, conquista, despojo, violaciones, esclavitud, abuso, asesinato de disidentes y cooptación de líderes naturales y de bardos populares. En todo enfrentamiento entre un estado y su población, jamás la razón, la justicia y la moral estuvieron de parte del estado. Ahora, el Estado no ha hecho más que quitarse la careta y volver a sus orígenes.
El Estado siempre ha tenido como competencia a los estados paralelos o mafias, pues éstas, por lo menos, sí protegen a un costo razonable. Y no crean, como sí lo hace el Estado, las propias amenazas contra las que dice defenderte.
Sabido todo esto, nada debe sorprendernos la actuación de los estados en la mal llamada crisis sanitaria pandémica, destruyendo el tejido social, arruinando el equilibrio productivo, envenenando a la población, secuestrándola, arrestándola domiciliariamente, sancionando comportamientos naturales, enfermándola y asesinándola. Todos los estados se han mostrado sumisos a los designios del Novus Ordo Mundi y sus organizaciones satélites, como la Organización Mundial de la Salud, cuyo nombre debiera ser más precisamente Organización Mundial del Crimen Sanitario.
Tal organización, sacralizando la teoría de los virus, ha validado la existencia del virus SARS-CoV-2 de un plumazo, sin aislamiento, depuración, cultivo ni comprobación de que exista. Recordemos al paciente lector que la llamada ciencia jamás ha demostrado que los virus existan siquiera. La de los virus es una teoría, tal como la de la Relatividad. Y, tal como sucede con ésta, la hipótesis se ha convertido en una religión indubitable: anatema para el que se oponga y trate de hacer ciencia.
Los virus se suponen tan pequeños que no pueden verse ni con los microscopios más potentes. Lo único que puede avistarse son aglomerados lípido-proteicos que se dice que contienen un virus en su interior (¿por qué uno y no dos o diez mil?). Dichas células son metabolitos de las células humanas o animales. Ya conocen la teoría: la célula infectada expele virus capaces de infectar a otras células. Todo ello falso, o al menos no demostrado. Es una simple hipótesis de los biólogos del sistema sanitario mundial, a falta de una explicación más acertada de enfermedades en las que no está implicado ningún microorganismo, sea bacteria u hongo. Esta barbaridad científica supone desechar el envenenamiento como causa de enfermedad. De facto, "virus" significa "veneno" en latín. Y eso son las enfermedades víricas, envenenamientos. Desde el sida al covid, pasando por el papiloma.
Esto último es evidente en la enfermedad denominada Covid-19. Los casos graves son, ateniéndonos a la experiencia clínica, sepsis evidentemente producidas por envenenamiento y/o radiación generalizada ionizante. El veneno ha sido determinado con precisión científica: óxido de grafeno. La vía de envenenamiento, también: inyección intramuscular del contenido de viales de unas supuestas vacunas contra la misma enfermedad que provocan. Y el objetivo es también conocido, tras la lectura de docenas de papers y de patentes de este último decenio: el control poblacional absoluto mediante la interacción del grafeno intracerebral y las redes de telecomunicaciones a frecuencias del orden de los 33 GHz. Las redes mapean los cerebros de los grafenados y obtienen así patrones que permiten predecir el comportamiento. Esas mismas redes pueden inducir pensamientos y sentimientos en los cerebros hackeados. También pueden, a las frecuencias adecuadas, producir la locura y la muerte.
No cabe duda de que el Estado conoce todo lo anterior, al menos sus más altos funcionarios. Y no cabe duda de que todos participan gozosos en el genocidio de millones de personas, aquellas a las que el óxido de grafeno produce trombopenias incontrolables en forma de infartos, ictus y embolismos pulmonares. Y no cabe duda de que el pueblo español, también lo sabe. ¿Por qué no se defiende entonces? Porque lo cree inútil y prefiere dejarse hacer. Ha comprendido la verdad que nadie le ha contado, ni siquiera los disidentes, siempre tan exagerados, siempre tan controlados, en el fondo: que muchos morirán, pero la mayoría se limitarán a asumir una esclavitud inexorable que les promete, a cambio, la estabilidad económica y la supervivencia, si se es felizmente obediente. Saben que el comunismo real lo consiguió en el Bloque del Este de Europa. Y que es muy eficaz en China. Y sabe que el régimen mundial que sobreviene es un comunismo 2.0, férreo para los pobres y el Paraíso en la Tierra para las élites dirigentes, que no harán más que convertir en realidad la promesa que les hizo su dios, Yahveh hace más de 5.000 años:
«El mundo es tuyo con todo lo que contiene, animal, vegetal o mineral. La humanidad entera está a tu servicio y puedes disponer de ella a tu antojo, pues no son humanos como tú a Mis Ojos, sino animales. Toma cuantas de sus hembras quieras para tu solaz. Quien toma lo de un goyim no roba, sino que toma lo suyo. Mata a cuantos de ellos te pluga, pues no cometes crimen. Yo, tu único Dios, te autorizo a todo ello siempre que me seas fiel, santifiques el Sabbath, honres a tus ancestros, no robes, ni mates, ni mientas, ni tomes la mujer de otro de tu etnia».
Reconozcámoslo siendo justos: Yahveh es el que mejor vende y ofrece la mejor protección de todas. Pide poco y da mucho a cambio. Y ningún estado del mundo que ha osado enfrentarse con su mafia paranoide ha salido victorioso. Revísese con ojos lúcidos la creación y caída de todos los imperios de Europa y América. Véase el verdadero holocausto al que fue sometido el pueblo alemán, y en general todos los pueblos europeos, antes y después de la Segunda Guerra.
¿Tiene razón entonces el pueblo español dejándose ultrajar en sus libertades con tal de sobrevivir? Nosotros creemos que no, pensamos que la libertad es lo único del hombre que es sagrado. Lo único por lo que merece la pena no morir de viejo.
(Visto en https://acratasnet.wordpress.com/)